República podrida
La república criolla que el neoliberalismo repotencia con el golpe del cinco de abril parece estar llegando a su destino: la descomposición. Esto no es setiembre del 2000, cuando se exhibieron los videos de la salita del SIN, ni el salvador es un novísimo Valentín Paniagua que resucite algún espíritu republicano por allí extraviado. No. El edificio institucional ya no necesita de refacciones, porque está podrido. Las termitas del fujiaprismo han terminado con él.
Nos engañan quienes nos dicen que es problema de personas o de instituciones. Falso. Ni el más engominado de los prohombres del régimen tiene dedos de organista para lidiar con la situación. Se les han terminado en el correveidile de los favores palaciegos. El problema es de estructuras y estas vienen de atrás.
Ahora bien, esto no quiere decir que las estructuras vayan a cambiar por si solas o que sus protagonistas vayan a irse. Es más, en su desesperación ya empiezan a clamar por salidas autoritarias. Por ello digo que nadie se retira del escenario de la historia por su propio voluntad. Hay que botarlos y no se avizora en el horizonte una fuerza capaz de hacerlo. Por eso hay que recapitular y saber de qué se trata para no dar palos de ciego en el futuro inmediato.
La república criolla reedita el encuentro del Estado colonial con los poquísimos que en el momento de la independencia eran considerados ciudadanos y jamás ha podido superar esa situación. Como dice el historiador Pablo Macera, al día siguiente del 28 de julio de 1821 el Perú era más colonia y más feudal que nunca. Pero cuál era la característica fundante de esa relación: el patrimonialismo. La no distinción entre el bolsillo privado y el tesoro público. El Perú pasó de ser patrimonio del rey de España a patrimonio de la casta heredera de los españoles. La república nació corrupta porque en su diseño original no tenía otra forma de ser y así y todo hay quienes insisten en celebrar un bicentenario.
Esta república criolla y patrimonial intentó varias veces reinventarse pero siempre potenciando su característica central: privilegiar la vida de un pequeño grupo a costa de los demás. Esa fue la historia de la república práctica del primer civilismo, de la república aristocrática del segundo civilismo, de la patria nueva con Leguía y el oncenio, de las dictaduras militares y los adláteres civiles de mediados del siglo pasado. Con la única excepción de Velasco el principio siguió siendo el mismo: privilegiar la vida de un pequeño grupo a costa de los demás.
Hasta que llegó el momento culminante y por ello también ojalá que su último esfuerzo: el golpe de Estado del cinco de abril de 1992. Con él, Alberto Fuljimori y Vladimiro Montesinos, los protagonistas del golpe, se atreven a una reedición postrera de la república criolla y su característica central: el patrimonialismo. Esta vez en la versión neoliberal del capitalismo de amigotes: para hacer buenos negocios en el Perú hay que tener amigos en los puestos claves del Estado. Así, pasan gobiernos y hasta retorna la democracia, pero no cambia la arquitectura de Fujimori y Montesinos. Acaba de caer un presidente de la república porque no pudo explicar la calidad de sus amigotes y seguimos escuchando las grabaciones de los favores supremos entre amigotes.
Hay, sin embargo una diferencia entre el patrimonialismo anterior y lo ocurrido en los últimos 26 años. La extraordinaria producción de riqueza en este último cuarto de siglo, sin variar un ápice el principio de privilegiar la vida de un pequeño grupo a costa de los demás, ha permitido vender ilusiones. La república criolla en su versión oligárquica era un mundo sin ilusiones para la abrumadora mayoría. Las ilusiones reformistas y revolucionarias de la segunda mitad del siglo XX fueron tachadas por el poder, exitosamente, como irresponsables e imposibles. El neoliberalismo volvió a vender la ilusión del esfuerzo individual a una importante mayoría, hasta se han fabricado libros —sin ninguna base empírica— señalando que en el medio había sitio. Pero esta ilusión ha tenido frutos que han permitido, aunque fuera temporalmente, cubrir lo que no hacían los magros ingresos de la población.
Sin embargo, el declive del modelo que deja a la vista la corrupción rampante, ha empezado a liquidar las ilusiones, porque, como nos señalan los maestros en las calles “el que estudia no triunfa” en el Perú de estos tiempos. Esta erosión, inicial ciertamente, de la hegemonía política pero también cultural del poder neoliberal pasa a ser crucial en la coyuntura.
Los que mandan empiezan a perder su derecho a mandar, la debilidad del Presidente Vizcarra es patética al respecto. No sólo legal, como lo vemos en la burla cotidiana de nuestro débil Estado de Derecho, sino también legítimamente. La población deja de creer en sus gobernantes, llámense congresistas, jueces, presidentes, ministros, etc, etc. Pero no solo en los personajes sino, lo que es más trágico, en las instituciones que estos dicen representar y, por último, en el mecanismo o régimen político que las articula: nuestra alicaída democracia.
Por ello, sin perdonar los crímenes de las personas, que deberán pagar por sus culpas, decimos que las estructuras están infectadas y que continuarán, sino las cambiamos, secretando una y otra vez personajes corruptos. La lección del 2000 que se repite hoy día, antes como tragedia y hoy como farsa, es lección suficiente para que aprendamos de una vez por todas.
La república corrupta del fujimontesinismo de los noventas es la república podrida del día de hoy, esta última no hubiera podido existir sin la anterior. No esperemos una tercera edición. Por eso, la única alternativa viable para este país es una Nueva República, que surja de la voluntad soberana del pueblo, a través de elecciones adelantadas y una Nueva Constitución. Cualquier consigna menor es un operativo de distracción de aquellos que no quieren soltar sus privilegios para que proceda el futuro del Perú.