Carlos Franco, un homenaje
El componente emocional para hablar del amigo que se fue en el caso de Carlos Franco adquiere una dimensión particular. Primero por la manera en que Carlos interactuaba con los demás, el cariño que demostraba en cada encuentro y el cuidado especial por la amistad compartida. Pero, además, en mi caso por la calidad de hermano mayor que Carlos fue para mí, su compañía en estos últimos veinte años que fueron el tiempo de nuestra amistad, así como los consejos certeros dichos de una manera que era casi imposible no tomarlos en cuenta.
El Carlos privado, sin embargo, era inseparable del Carlos público. Su humildad y hasta cierta timidez lo alejaban de los reflectores. Ello a pesar de brillantez de sus reflexiones sobre el país que lo llevaron a hacer contribuciones singulares sobre el velasquismo, la formación de la nación peruana, la confluencia de pensamientos de Mariátegui y Haya de la Torre, la ciudadanía plebeya y, sobre todo, la crítica a la manera de reflexionar sobre la democracia en América Latina.
Esta brillantez intelectual lo llevó a hacer apuestas políticas de fondo, como fueron su adhesión al reformismo militar de los años setenta y al populismo tardío del primer Alan García. En ambos vio una proyección del nacionalismo de izquierda al que adhería y el que fracasaran las apuestas que hizo no invalida necesariamente sus puntos de vista, sino resalta la voluntad de compromiso con las ideas forjadas en décadas de estudio y reflexión sobre la práctica. Quizás este compromiso lo diferencie de otros intelectuales que, por eso mismo, buscaron marginarlo y tenerlo a cierta distancia. Lo que fastidiaba en muchos círculos, que juegan a ser independientes, era su actitud, a la vez austera y militante, de las ideas y las causas de la izquierda.
Vale la pena sin embargo, detenerse en un libro fundamental, publicado el año 1998, “Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina” y que tuve la oportunidad de presentar, junto con Sinesio López y Rafael Roncagliolo, por esas fechas. Allí Franco hace una crítica frontal a lo que en su momento llamé la “democracia barata” en nuestra América, refiriéndose a la importación acrítica y vacía de un concepto minimalista de democracia liberal, por parte de teóricos ganados por el liberalismo como Fernando Henrique Cardoso y Guilllermo O´Donnell. Franco empieza por la crítica epistemológica, reclamando por el abandono de la perspectiva estructural en las versiones de democracia que llegan en la década de 1980. Este abandono, argumenta, reduce el análisis político a una mera interacción entre actores, lo que nos deja en las manos de alguna versión del conductismo anglosajón que se mete por la ventana, sin contrastar sus planteamientos con perspectivas anteriores cultivadas en la región.
Carlos Franco agrega que la democracia liberal que nos venden los gringos, de la mano de los teóricos señalados, no sólo es ajena a la tradición democrática latinoamericana, que se remonta al desafío populista del orden oligárquico, sino que ni siquiera responde a los mínimos de la democracia representativa que se practica en el mundo occidental. Franco llama a esta un régimen representativo particularista, porque se trata de gobiernos elegidos pero que no representan al conjunto de ciudadanos, especialmente a los que constituyen su identidad como tales desde abajo. Esta democracia devaluada es la que impide la consolidación de este régimen en América Latina y lo contrapone a la dinámica de la vida económica y social.
Esta contribución hace a Carlos Franco quizás si el analista político que más ha contribuido al desarrollo de la teoría democrática en estas tierras, situándose en la tradición crítica de la intelectualidad en la región latinoamericana, en contrapunto con el pensamiento genuflexo, que entiende la democracia como reparto de intereses y privilegios. Por todo ello, las ideas y la vida de Carlos constituyen una lección para los que nos quedamos por acá para construir un orden democrático que sea tal por ciudadano, antes que por aplicar alguna receta importada.