La transición, otra vez
Se repite en estos días de segunda vuelta la contradicción que enfrentó al país entre los años 2000 y 2001. En esos momentos de transición se estableció el dilema entre dictadura y democracia, produciéndose una aguda lucha que finalmente terminó con el triunfo de la segunda. Sin embargo, fue un triunfo incompleto. Logramos las muy importantes formalidades de la democracia representativa pero sin la inclusión social y económica de la mayoría de los peruanos. Al no cumplirse la promesa de la inclusión, que está inscrita en el corazón de la democracia, la transición no ha devenido en un régimen consolidado, y lo que hemos tenido ha sido una democracia precaria.
En la primera vuelta de estas elecciones generales los grandes derrotados fueron los que llevaron al fracaso la transición, de distintas maneras Alan García, Alejandro Toledo, P.P. Kuczynski y Luis Castañeda. Ellos levantaron la bandera de la democracia para engañar a la democracia y ser finalmente inconsecuentes con las promesas iniciales de inclusión. En la práctica lo que hicieron fue continuar con las políticas económicas y sociales de la dictadura, y el pueblo castigó de manera contundente esta actitud. La vocación continuista de quienes han gobernado impidió, asimismo, que fructificaran los intentos de buscar amplios consensos para consolidar la democracia. El AN, por ello, con el programa neoliberal como parámetro, no ha tenido otro porvenir que las buenas intenciones.
Hoy, ante el fracaso del continuismo, la situación es diferente. Se enfrentan dos alternativas que buscan por caminos opuestos superar el entrampamiento democrático existente. Por un lado está Keiko Fujimori, que quiere la regresión al gobierno autoritario de los 90; por otro, Ollanta Humala, que plantea la posibilidad de sacar del hoyo a la democracia y consolidarla como el régimen político que puede brindar inclusión a los peruanos. Lo interesante es que, de cara a esta segunda vuelta, Ollanta se presenta con una propuesta de consenso. Sin embargo, ya no son los consensos blandos u olvidados que debían ceñirse a los dictados del continuismo o a la fragilidad de la memoria, sino consensos fuertes que ponen el acento en la redistribución de la riqueza.
La transición tiene ahora una esperanza bien fundada de salir de su entrampamiento, porque se replantea como una transición a una democracia que se coma. Se establecen así los cimientos para que la satisfacción con la democracia deje los predios lánguidos del 20% por los que ha rondado en los últimos años y pase a cubrir a una sólida mayoría de compatriotas. Solo de esta forma podremos decir que tenemos una democracia verdadera.
www.nicolaslynch.com